Soy la mayor de tres hijos: dos hembras y un varón. Nací y me crié en un hogar de clase media, cuyos padres fueron empleados en agencias de gobierno. A pesar de ser de humilde origen, nos enseñaron el valor de trabajar con esfuezo y dedicación para progresar y obtener lo que se quiere. En esos tiempos era: casa propia, educación privada para la progenie, vehículos, plan médico, casa de campo, vacaciones, etc… Esa era la mentalidad de mis progenitores, ambos «Baby Boomers».
Vengo de una estirpe de mujeres fuertes: Juana, mi abuela paterna, fue a su vez la mayor de todos sus muchos hermanos y hermanas. Ésta, fue huerfana pues perdió a su madre a muy corta edad. Su padre se casó otra vez con una prima de su fallecida esposa (quien «acá entre nos»….y según me contara mi abuela, no tenía nada que envidiarle a la madrastra de La Cenicienta). Juana tuvo que que dejar la escuela para dedicarse a las labores del hogar y ayudar en la crianza de sus hermanos. Conchita; mi bisabuela materna, fue una viuda joven que quedó a cargo de sus siete hijos luego de que su esposo al morir; y debido a deudas de juego, la dejara en la ruina total y absoluta. Tanto ella, como una de sus hijas mayores (en algún momento), se hicieron cargo a su vez de mi progenitora y su hermana menor quienes también quedaron huérfanas, pues su madre; mi abuela materna, murió debido a una enfermedad terminal, cuando apenas mi madre tenía año y medio de edad. Aunque mi abuelo nunca las desamparó, éstas (mi madre y mi tía amada), estuvieron al cuidado de mi bisabuela y de mi tía abuela.
¿Por qué digo que eran mujeres fuertes? Porque aún con su falta de recursos, poca educación académica, en medios de sus muchas luchas, enfermedades y fragilidad en su vejez, nunca vi debilidad de carácter en ellas. Nunca las vi darse por vencidas. No las ví claudicar. Había que hacerle frente a la vida. Había que llegar a las metas trazadas para ellas y su familia. Ningún obstáculo las detuvo en el cumplimiento de lo que ellas estimaron era su misión. Mi madre, también de esa estirpe; a sus setenta y cinco años, sigue siendo una luchadora incansable.
Crecí y me fui formando como mujer en medio de una generación de féminas que comenzaba a dejarse escuchar y a luchar por sus derechos. Eso lo vi en mi casa (en la relación de pareja entre mis padres), en la escuela, en los medios de comunicación y en «la calle». Al escucharlas me preguntaba: ¿Por qué habría que luchar por lo que por derecho nos correspondía? …puesto que todos somos iguales….¿No era lo lógico ? ¿No se suponía que era evidente…?
Pues, era lógico desde mi perspectiva femenina….pero NO ERA EVIDENTE! No era evidente en mi casa, no lo era en la escuela, en los programas de radio y televisión. En las telenovelas, en las caricaturas o tirillas cómicas de los «paquines» y periódicos dominicales. No era (para nada evidente) en mis libros escolares de grados elementales. Si, aquellos libros de la clase de español que todos y todas los/as de la generación «Jones» (entre Baby Boom y Generación X), recordamos……Los que mi hija mayor (ventitrés años después) en la misma asignatura también leyó. Los bien recordados personajes eran: Rosa (la niña), Pepito (el niño), Finí (la muñeca de Rosa), Lobo (el perro de Pepito) y Mota (la gata de Rosita)…
En ellos, Rosa SIEMPRE jugaba con muñecas, Pepito SIEMPRE jugaba con lobo o con su pelota, la mamá SIEMPRE estaba en la casa y el papá SIEMPRE llegaba del trabajo. La mamá «jugaba» con Rosa dentro de su hogar y le enseñaba a cocinar, el papá «jugaba» con Pepito en el patio y le instruía en carpintería. Como ven, solo había algo que era evidente de acuerdo a lo que socialmente permeaba: la mujer era y debía ser criada y adiestrada para desarrollarse más capazmente en el ámbito del hogar/lo privado, y el varón para la calle, el trabajo fuera de la casa, lo público. Eso era lo «políticamente correcto».
Pero, el tiempo iba pasando, y en mi no transcurrió en vano. Lo que antes me fue aceptable; porque era la norma, ya no lo era tanto…. me molestaba. A medida que iba desarrollándome como persona, se me iba expandiendo el panorama. Y en mi adolescencia comenzaron las preguntas: ¿Por qué la vida en general era tan injusta para las mujeres? ¿Por qué tantos privilegios a los varones, versus lo que se le era permitido a las chicas? ¿Por qué mi padre tenía que tener más privilegios que mi madre..? ¿No se suponía los tiempos estaban cambiando? Y de ser así: ¿por qué no cambiaban para las mujeres?.. ¿Estábamos excluídas de tales cambios?….
Entonces, comencé a incomodarme con el «Satus Quo». ¡Comencé a revelarme!